Una puerta abierta a la música, la poesía, las versiones y a la sonrisa, con muchas pinceladas de cine y bandas sonoras. En recuerdo y homenaje al antiguo microprograma "Fonocopias" de Radio Nacional de España Radio 5
Algo me han dicho
La tarde y la montaña.
Ya lo he perdido.
En el desierto
acontece la aurora.
Alguien lo sabe.
La luna nueva
ella también la mira desde otra puerta.
Bajo la luna
la sombra que se alarga
es una sola.
La vasta noche
no es ahora otra cosa
que una fragancia.
Callan las cuerdas
la música sabía
lo que yo siento.
Lejos un trino.
el ruiseñor no sabe
que te consuela.
¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?
Tras sus viajes a Japon, Borges, publica 17 haikus en su libro La cifra. Borges se quedó prendado de la cultura japonesa, país que, según decía, era el último rincón civilizado del mundo. Nueve de esos haikus fueron musicados por Julio Santillan, en su disco Julio Santillan in New York del 2009, en el vídeo anterior los hemos podido escuchar con la voz de Sofia Tosello y el propio Julio Santillan
Por si os interesa conocer los 17 haykus (un hayku se compone de 17 sílabas, y su obra se compone de 17 haykus), os dejo con este vídeo que los incluye
Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo
Jorge Luis Borges, escribió, al menos dos poemas, con el título "La Luna", el primero en el libro del que hablaba ayer ("El Hacedor") y este quinteto sencillo escrito años después. Este último poema ha sido musicado por el compositor argentino, residente en Nueva York, Julio Santillan, de esta bella manera. en su disco "El Bosque de la Memoria" (cuarto corte), la voz, siempre bella y reconocible es de la colombiana Marta Gómez
Acabo con el otro poema nominado "La Luna" del que os he hablado
Cuenta la historia que en aquel pasado tiempo en que sucedieron tantas cosas reales, imaginarias y dudosas, un hombre concibió el desmesurado
proyecto de cifrar el universo en un libro y con ímpetu infinito erigió el alto y arduo manuscrito y limó y declamó el último verso.
Gracias iba a rendir a la fortuna cuando al alzar los ojos vio un bruñido disco en el aire y comprendió, aturdido, que se había olvidado de la luna.
La historia que he narrado aunque fingida, bien puede figurar el maleficio de cuantos ejercemos el oficio de cambiar en palabras nuestra vida.
Siempre se pierde lo esencial. Es una ley de toda palabra sobre el numen. No la sabrá eludir este resumen de mi largo comercio con la luna.
No sé dónde la vi por vez primera, si en el cielo anterior de la doctrina del griego o en la tarde que declina sobre el patio del pozo y de la higuera.
Según se sabe, esta mudable vida puede, entre tantas cosas, ser muy bella y hubo así alguna tarde en que con ella te miramos, oh luna compartida.
Más que las lunas de las noches puedo recordar las del verso: la hechizada Dragon moon que da horror a la halada y la luna sangrienta de Quevedo.
De otra luna de sangre y de escarlata habló Juan en su libro de feroces prodigios y de júbilos atroces; otras más claras lunas hay de plata.
Pitágoras con sangre (narra una tradición) escribía en un espejo y los hombres leían el reflejo en aquel otro espejo que es la luna.
De hierro hay una selva donde mora el alto lobo cuya extraña suerte es derribar la luna y darle muerte cuando enrojezca el mar la última aurora.
(Esto el Norte profético lo sabe y tan bien que ese día los abiertos mares del mundo infestará la nave que se hace con las uñas de los muertos.)
Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna quiso que yo también fuera poeta, me impuse. como todos, la secreta obligación de definir la luna.
Con una suerte de estudiosa pena agotaba modestas variaciones, bajo el vivo temor de que Lugones ya hubiera usado el ámbar o la arena,
De lejano marfil, de humo, de fría nieve fueron las lunas que alumbraron versos que ciertamente no lograron el arduo honor de la tipografía.
Pensaba que el poeta es aquel hombre que, como el rojo Adán del Paraíso, impone a cada cosa su preciso y verdadero y no sabido nombre,
Ariosto me enseñó que en la dudosa luna moran los sueños, lo inasible, el tiempo que se pierde, lo posible o lo imposible, que es la misma cosa.
De la Diana triforme Apolodoro me dejo divisar la sombra mágica; Hugo me dio una hoz que era de oro, y un irlandés, su negra luna trágica.
Y, mientras yo sondeaba aquella mina ee las lunas de la mitología, ahí estaba, a la vuelta de la esquina, la luna celestial de cada día
Sé que entre todas las palabras, una hay para recordarla o figurarla. El secreto, a mi ver, está en usarla con humildad. Es la palabra luna.
Ya no me atrevo a macular su pura aparición con una imagen vana; la veo indescifrable y cotidiana y más allá de mi literatura.
Sé que la luna o la palabra luna es una letra que fue creada para la compleja escritura de esa rara cosa que somos, numerosa y una.
Es uno de los símbolos que al hombre da el hado o el azar para que un día de exaltación gloriosa o de agonía pueda escribir su verdadero nombre.