Una puerta abierta a la música, la poesía, las versiones y a la sonrisa, con muchas pinceladas de cine y bandas sonoras. En recuerdo y homenaje al antiguo microprograma "Fonocopias" de Radio Nacional de España Radio 5
Rosario Sansores, llegó a La Habana en 1909, tras la muerte de su padre, una situación familiar difícil, un matrimonio temprano, y una estancia corta en Nueva York sin ´éxito. En Cuba se sintió bien y volvió a escribir, poesía y a empezar su labor periodística, Sus primeros poemas como el anterior los presenta con seudónimo,. Ligia Cámara, Lizette Gómez y Los Juglares, realizan la anterior versión para el disco del que os hablaba ayer (sexta pista), Hay también una adaptación musical con ritmo de pasillo ecuatoriano con música de Constantino Mendoza, hay versiones de las Hermanas Mendoza Sangurima y esta de Fresia Saavedra ("La Señora del Pasillo"), fallecida en julio de este año 2024
En relación con su estancia cubana, acabo con otros versos de Rosario Sansores, "En lejanas tierras", al que el cubano Ernesto Lecuona (autor de Siboney y nominado al Oscar a la mejor canción original en 1943 por ‘Siempre en mi corazón’ -‘Always in My Heart’-, de la película homónima) puso música a ritmo de bolero con el título de Palomita Blanca
En lejanas tierras tengo yo un amor blanco con la nieve rubio como el sol.
Sus pupilas serán lámparas de amor y sus labios frescos pétalos de flor
Palomita blanca como la ilusión no viste al amado de mi corazón
Por aquel sendero que conduce al mar se marcho mi dueño para no tornar
PS Si os habéis fijado, la canción de Lecuona viene con el título de Palomitas Blancas, supongo que pata diferenciar del vals de 1929 de Francisco García Jiménez y Anselmo Aieta, popularizado por Carlos Gardel
¡Del pecado de amarte no estoy arrepentida! Aunque un oscuro abismo nos separe a los dos, en tanto que risueña te doy mi despedida mis ojos se iluminan para decirte adiós.
No nos debemos nada. Tú me diste tu boca límpida como el agua fresca del manantial. Yo apagué en la cisterna mi sed ardiente y loca y te enlacé en mis brazos, amorosa y sensual.
Peregrinos errantes, nuestra ruta seguimos: si dos sendas opuestas, al azar elegimos, ¿para qué rebelarnos con violencia acritud?
Fuiste mío. Fui tuya. ¡Lo demás nada importa! ¡Oh, mi amante de un día, nuestra vida es tan corta que no vale la pena de sufrir su inquietud!
De Perú os propongo subir hasta México para recordar a esta poetisa nacida en Mérida (Yucatán) en 1889 , Rosario Sansores Pren, y que vivio parte de su vida en Cuba, a donde se trasladó tras casarse con catorce años y que es recordada fundamentalmente por la relación de sus poemas con el pasillo ecuatoriano, tras el trabajo de Carlos Brito Benavides.
He elegido para comenzar la semana este poema de su primer libro, publicado aún mientras residía en Cuba. Dado la pluralidad de la vida de la vida de Rosario he comenzado por esta versión que la pianista yucateca Ligia Cámara, grabó para el disco recopilatorio publicado en México en el 2004 "Rosario Sansores, Canciones de la Alondra" (octava pista)
Continuo con una versión de pasillo ("El pasillo ecuatoriano es un género musical que se derivó del pasillo colombiano; y que era una danza folclórica autóctona, adaptación local del vals austriaco"), que no llega al renombre de "Sombras" del que hablaremos esta semana, pero es interesante.
La música es de Enrique Manzano, y lo interpretaba el dueto "Voces Latinas" . Acabo con la versión de l grupo colombiano "Santa María Trío" que lo graban en su álbum, "Nuestro Mundo" del 2007, es la canción con la que comienza el álbum
De nuevo viernes, y como no estoy dispuesto a recordar solo himnos de mi juventud o anteriores, hoy he pensado poner este gran himno por la Paz, que grabaron Black Eyed Peas, en el 2003, en su álbum Elephunk . Hace mas de veinte años, y que por desgracia sigue de actualidad. Seguro que lo conocéis, los mayores de cuarenta necesitaremos prestar atención y escuchar (o leer) la letra de la canción
De las veintitantas versiones existentes, me he quedado con esta instrumental de su compatriota Josh Vietti, de su álbum del 2012 Best of Both Worlds. Un gran violinista, como podréis comprobar
En el 2016, Black Eyed Peas grabaron la canción por tercera vez ( En el 2010 lo habían grabado junto a U2) junto a Fergie, Jamie Foxx, Ty Dolla $ign, Mary J. Blige, Diddy, Cassie, Andra Day, The Game, Tori Kelly, V. Boseman, Jessie J, French Montana, Justin Timberlake, DJ Khaled, Usher, Nicole Scherzinger, A$AP Rocky, Jaden Smith, Children's Choir. Una versión menos fresca que la primera, pero interesante
Como además de viejo soy bastante viejuno, no puedo dejar de acordarme de otra canción con el mismo título, realizada en 1972 por Roberta Flack y Donny Hathaway
Te encontraron detrás de tu sombra, el sol del ocaso a la espalda y por eso tu derrota. Si el sol está en tu pecho, pies y cabeza dorados, no te vencen hombres, dioses y elementos.
Ya caído miras sin ojos, oyes sin oídos, sientes sin tacto, hablas sin lengua, condenado a silencio sin más alarido que la sangre en las heridas.
¿Qué hierbas sostienen tan adentro tu aliento de tinaja y agua dulce?
Sacas tu mañana a la ceniza y la revuelcas entre plumas de pájaros helados que gorjean esperando que rías. No la mueca. La risa. La, ¡ay!, perdida risa de tus dientes bellos.
El sol volverá a tu garganta, a tu frente, a tu pecho, antes que anochezca definitivamente sobre tu raza, sobre tus pueblos, y qué humanos serán el grito, el salto, el sueño, el amor y la comida.
Estás hoy tú y mañana otro igual a ti seguirá en la espera. No hay prisa ni exigencia. Los hombres no se acaban
Aquí había un valle, ahora se alza un monte. Allá había un cerro, ahora hay un barranco. El mar petrificado se convirtió en montaña y se cristalizaron relámpagos en lagos.
Sobrevivir a todos los cambios es tu sino. No hay prisa ni exigencia. Los hombres no se acaban.
En el disco de Debora Infante, que comentaba el lunes pasado , me he encontrado este poema musicado de Miguel Ángel Asturias, un escritor guatemalteco, con una prosa poética fascinante, que me atrapó cuando lo comencé a leer con poco mas de quince años. De sus libros Sr. Presidente, Hombres de Maíz, me quedaría con su primogénito Leyendas de Guatemala, claro antecedente de Gabriel García Márquz, el descubrir las palabras llena de belleza mientras se lee. He escogido una de sus Leyendas, he adjuntado el texto aunque es largo y lo podéis leer sino en la web de la Biblioteca Digital Ciudad Seva https://ciudadseva.com/texto/leyenda-de-la-tatuana/ Os dejo también el texto narrado
Leyenda de la Tatuana
Ronda por Casa-Mata la Tatuaba…
El Maestro Almendro tiene la barba rosada, fue uno de los sacerdotes que los hombres blancos tocaron creyéndoles de oro, tanta riqueza vestían, y sabe el secreto de las plantas que lo curan todo, el vocabulario de la obsidiana —piedra que habla—y leer los jeroglíficos de las constelaciones.
Es el árbol que amaneció un día en el bosque donde está plantado, sin que ninguno lo sembrara, como si lo hubieran llevado los fantasmas. El árbol que anda … El árbol que cuenta los años de cuatrocientos días por las lunas que ha visto, que ha visto muchas lunas, como todos los árboles, y que vino ya viejo del Lugar de la Abundancia.
Al llenar la luna del Búho-Pescador (nombre de uno de los veinte meses del año de cuatrocientos días), el Maestro Almendro repartió el alma entre los caminos. Cuatro eran los caminos y se marcharon por opuestas direcciones hacia las cuatro extremidades del cielo. La negra extremidad: Noche sortílega. La verde extremidad: Tormenta primaveral. La roja extremidad: Guacamayo o éxtasis de trópico. La blanca extremidad: Promesa de tierras nuevas. Cuatro eran los caminos.
—Caminín! ¡Caminito!… —dijo al Camino Blanco una paloma blanca, pero el Caminito Blanco no la oyó. Quería que le dieran el alma del Maestro, que cura de sueños. Las palomas y los niños padecen de ese mal.
—Caminín! ¡Caminito! … —dijo al Camino Rojo un corazón rojo; pero el Camino Rojo no lo oyó. Quería distraerlo para que olvidara el alma del Maestro. Los corazones, como los ladrones, no devuelven las cosas olvidadas.
—Caminín! ¡Caminito!… —dijo al Camino Verde un emparrado verde, pero el Camino Verde no lo oyó. Quería que con el alma del Maestro le desquitase algo de su deuda de hojas y de sombra.
¿Cuántas lunas pasaron andando los caminos?
¿Cuántas lunas pasaron andando los caminos?
El más veloz, el Camino Negro, el camino al que ninguno hablo en el camino, se detuvo en la ciudad, atravesó la plaza y en el barrio de los mercaderes, por un ratito de descanso, dio el alma del Maestro al mercader de joyas sin precio.
Era la hora de los gatos blancos. Iban de un lado a otro. ¡Admiración de los rosales! Las nubes parecían ropas en los tendederos del cielo.
Al saber el Maestro lo que el Camino Negro había hecho, tomó naturaleza humana nuevamente, desnudándose de la forma vegetal de un riachuelo que nacía bajo la luna ruboroso como una flor de almendro, y encaminóse a la ciudad.
Llegó al valle después de una jornada, en el primer dibujo de la tarde, a la hora en que volvían los rebaños, conversando a los pastores, que contestaban monosilábicamente a sus preguntas, extrañados, como ante una aparición, de su túnica verde y su barba rosada.
En la ciudad se dirigió a Poniente. Hombres y mujeres rodeaban las pilas públicas. El agua sonaba a besos al ir llenando los cántaros. Y guiado por las sombras, en el barrio de los mercaderes encontró la parte de su alma vendida por el Camino Negro al Mercader de Joyas sin precio. La guardaba en el fondo de una caja de cristal con cerradores de oro.
Sin perder tiempo se acerco al Mercader, que en un rincón fumaba, a ofrecerle por ella cien arrobas de perlas.
El Mercader sonrió de la locura del Maestro. ¿Cien arrobas de perlas? ¡No, sus joyas no tenían precio!
El Maestro aumentó la oferta. Los mercaderes se niegan hasta llenar su tanto. Le daría esmeraldas, grandes como maíces, de cien en cien almudes, hasta formar un lago de esmeraldas.
El Mercader sonrió de la locura del Maestro. ¿Un lago de esmeraldas? ¡No, sus joyas no tenían precio!
Le daría amuletos, ojos de namik para llamar el agua, plumas contra la tempestad, marihuana para su tabaco…
El Mercader se negó.
¡Le daría piedras preciosas para construir, a medio lago de esmeraldas, un palacio de cuento!
El Mercader se negó. Sus joyas no tenían precio, y, además ¿a que seguir hablando?, ese pedacito de alma lo quería para cambiarlo, en un mercado de esclavas, por la esclava más bella.
Y todo fue inútil, inútil que el Maestro ofreciera y dijera, tanto como lo dijo, su deseo de recobrar el alma. Los mercaderes no tienen corazón.
Una hebra de humo de tabaco separaba la realidad del sueño, los gatos negros de los gatos blancos y al Mercader del extraño comprador, que al salir sacudió sus sandalias en el quicio de la puerta. El polvo tiene maldición.
Después de un año de cuatrocientos días —sigue la leyenda—cruzaba los caminos de la cordillera el Mercader. Volvía de países lejanos, acompañado de la esclava comprada con el alma del Maestro, del pájaro flor, cuyo pico trocaba en jacintos las gotitas de miel, y de un séquito de treinta servidores montados.
—No sabes —decía el Mercader a la esclava, arrendando su caballería—cómo vas a vivir en la ciudad! ¡Tu casa será un palacio y a tus órdenes estarán todos mis criados, yo el último, si así lo mandas tú!
—Allá —continuaba con la cara a mitad bañada por el Sol—todo será tuyo. ¡Eres una joya, y yo soy el Mercader de joyas sin precio! ¡Vales un pedacito de alma que no cambié por un lago de esmeraldas! … En una hamaca juntos veremos caer el sol y levantarse el día, sin hacer nada, oyendo los cuentos de una vieja mañosa que sabe mi destino. Mi destino, dice, está en los dedos de una mano gigante, y sabrá el tuyo, si así lo pides tú.
La esclava se volvía al paisaje de colores diluidos en azules que la distancia iba diluyendo a la vez. Los árboles tejían a los lados del camino una caprichosa decoración de güipil. Las aves daban la impresión de volar dormidas, sin alas, en la tranquilidad del cielo, y en el silencio de granito, el jadeo de las bestias, cuesta arriba, cobraba acento humano.
La esclava iba desnuda. Sobre sus senos, hasta sus piernas, rodaba su cabellera negra envuelta en un solo manojo, como una serpiente. El Mercader iba vestido de oro, abrigadas las espaldas con una Manta de lana de chivo. Palúdico y enamorado, al frío de su enfermedad se unía el temblor de su corazón. Y los treinta servidores montados llegaban a la retina como las figuras de un sueño.
Repentinamente, aislados goterones rociaron el camino percibiéndose muy lejos, en los abajaderos, el grito de los pastores que recogían los ganados, temerosos de la tempestad. Las cabalgaduras apuraron el paso para ganar un refugio, pero no tuvieron tiempo: tras los goterones, el viento azotó las nubes, violentando selvas hasta llegar al valle, que a la carrera se echaba encima las mantas mojadas de la bruma, y los primeros relámpagos iluminaron el paisaje, como los fogonazos de un fotógrafo loco que tomase instantáneas de tormenta.
Entre las caballerías que huían como asombros, rotas las riendas, ágiles las piernas, grifa la crin al viento y las orejas vueltas hacia atrás, un tropezón del caballo hizo rodar al Mercader al pie de un árbol, que, fulminado por el rayo en ese instante, le tomó con las raíces como una mano que recoge una piedra, y le arrojó al abismo.
En tanto, el Maestro Almendro, que se había quedado en la ciudad perdido, deambulaba como loco por las calles, asustando a los niños, recogiendo basuras y dirigiéndose de palabra a los asnos, a los bueyes y a los perros sin dueño, que para e1 formaban con el hombre la colección de bestias de mirada triste.
—Cuántas lunas pasaron andando los caminos? … —preguntaba de puerta en puerta a las gentes, que cerraban sin responderle, extrañadas, como ante una aparición, de su túnica verde y su barba rosada.
Y pasado mucho tiempo, interrogando a todos, se detuvo a la puerta del Mercader de Joyas sin precio a preguntar a la esclava, única sobreviviente de aquella tempestad: —Cuántas lunas pasaron andando los caminos?…
El sol, que iba sacando la cabeza de la camisa blanca del día, borraba en la puerta, claveteada de oro y plata, la espalda del Maestro y la cara morena de la que era un pedacito de su alma, joya que no compró con un lago de esmeraldas. —Cuántas lunas pasaron andando los caminos?…
Entre los labios de la esclava se acurrucó la respuesta y endureció como sus dientes. El Maestro callaba con insistencia de piedra misteriosa. Llenaba la luna del Búho Pescador. En silencio se lavaron la cara con los ojos, al mismo tiempo, como dos amantes que han estado ausentes y se encuentran de pronto.
La escena fue turbada por ruidos insolentes. Venían a prenderles en nombre de Dios y el Rey; por brujo a él y por endemoniada a ella. Entre cruces y espadas bajaron a la cárcel, el Maestro con la barba rosada y la túnica verde, y la esclava luciendo las carnes que de tan firmes parecían de oro.
Siete meses después, se les condenó a morir quemados en la Plaza Mayor. La víspera de la ejecución, el Maestro acercóse a la esclava y con la uña le tatuó un barquito en el brazo, diciéndole:
—Por virtud de este tatuaje, Tatuana, vas a huir siempre que te halles en peligro, como vas a huir hoy. Mi voluntad es que seas libre como mi pensamiento; traza este barquito en el muro, en el suelo, en el aire, donde quieras, cierra los ojos, entra en él y vete…
¡Vete, pues mi pensamiento es más fuerte que ídolo de barro amasado con cebollón! ¡Pues mi pensamiento es más dulce que la miel de las abejas que liban la flor del suquinay!
¡Pues mi pensamiento es el que se torna invisible!
Sin perder un segundo la Tatuana hizo lo que el Maestro dijo: trazó el barquito, cerró los ojos y entrando en él —el barquito se puso en movimiento— escapó de la prisión y de la muerte.
Y a la mañana siguiente, la mañana de la ejecución, los alguaciles encontraron en la cárcel un árbol seco que tenía entre las ramas dos o tres florecitas de almendro, rosadas todavía. Miguel Ángel Asturias Leyendas de Guatemala, (1930)
América Latina 12 de julio de 1963 Feria de Santa Ana (Bahía – Brasil)
Mi cuate Mi socio Mi hermano
Aparcero Camarado Compañero
Mi pata M’´hijito Paisano...
He aquí mis vecinos. He aquí mis hermanos.
Las mismas caras latinoamericanas de cualquier punto de América Latina:
Indoblanquinegros Blanquinegrindios Y negrindoblancos
Rubias bembonas Indios barbudos Y negros lacios
Todos se quejan: —¡Ah, si en mi país no hubiese tanta política...! —¡Ah, si en mi país no hubiera gente paleolítica...! —¡Ah, si en mi país no hubiese militarismo, ni oligarquía ni chauvinismo ni burocracia ni hipocresía ni clerecía ni antropofagia... —¡Ah, si en mi país...!
Alguien pregunta de dónde soy (Yo no respondo lo siguiente):
Nací cerca del Cuzco admiro a Puebla me inspira el ron de las Antillas canto con voz argentina creo en Santa Rosa de Lima y en los orishás de Bahía.
Yo no coloreé mi Continente ni pinté verde a Brasil amarillo Perú roja Bolivia.
Yo no tracé líneas territoriales separando al hermano del hermano.
Poso la frente sobre Río Grande me afirmo pétreo sobre el Cabo de Hornos hundo mi brazo izquierdo en el Pacífico y sumerjo mi diestra en el Atlántico.
Por las costas de oriente y occidente doscientas millas entro a cada Océano sumerjo mano y mano y así me aferro a nuestro Continente en un abrazo Latinoamericano.
Continúo con otro poema de Nicomédes que se grabó en el mismo disco de 1964, Cumanana, reeditado en 1970 y en el 2000. El cantante y folklorista argentino César Isella, lo grabó en 1971, junto con el "Quinteto Tiempo", en su disco ·Hombre en el Tiempo (era el tema con el que comenzaba la cara A), grabándolo de nuevo posteriormente en 1986 ("Abrazo latinoamericano; 30 años de sonidos y silencio")
Ritmos negros del Perú, poema de Nicomédes Santa Cruz, cantado por el mismo, Debora Infante y Los Negros del Miércoles
Ritmos negros del Perú
«A don Porfirio Vásquez A.».
Ritmos de la esclavitud contra amarguras y penas. Al compás de las cadenas ritmos negros del Perú.
De África llegó mi abuela vestida con caracoles, la trajeron lo` epañoles en un barco carabela. La marcaron con candela, la carimba fue su cruz. Y en América del Sur al golpe de sus dolores dieron los negros tambores ritmos de la esclavitud
Por una moneda sola la revendieron en Lima y en la Hacienda La Molina sirvió a la gente española. Con otros negros de Angola ganaron por sus faenas zancudos para sus venas para dormir duro suelo y naíta`e consuelo contra amarguras y penas…
En la plantación de caña nació el triste socavón, en el trapiche de ron el negro cantó la zaña. El machete y la guadaña curtió sus manos morenas; y los indios con sus quenas y el negro con tamborete cantaron su triste suerte al compás de las cadenas.
Murieron los negros viejos pero entre la caña seca se escucha su zamacueca y el panalivio muy lejos. Y se escuchan los festejos que cantó en su juventud. De Cañete a Tombuctú, de Chancay a Mozambique llevan sus claros repiques ritmos negros del Perú.
Nicomédes Santa Cruz Ritmos Negros del Perú. Ed Losada Buenos Aires (1971)
Seguimos con otro poeta peruano, más moderno, Nicomédes Santa Cruz, difusor de la cultura afro peruana a través de espectáculos con canciones, y actividades en prensa y radio, también grabó discos con sus composiciones, donde recita acompañado por música o canta acompañado de guitarra. En el año 1964, grabó su sexto álbum, Cumanana, que incluye esta pista
En el 2010, la cantautora argentina Debora Infante, graba su disco "Herencia Poética", donde incluye esta versión (séptima pista)
La entrada de Arsenio Iglesias de Archi-Letras, sobre este poema, resume perfectamente la vida del poeta, así que mejor leer el original. Es el otro motivo por el que he comenzado con este poema