Una puerta abierta a la música, la poesía, las versiones y a la sonrisa, con muchas pinceladas de cine y bandas sonoras. En recuerdo y homenaje al antiguo microprograma "Fonocopias" de Radio Nacional de España Radio 5
Música del Japón. Avaramente De la clepsidra se desprenden gotas De lenta miel o de invisible oro Que en el tiempo repiten una trama Eterna y frágil, misteriosa y clara. Temo que cada una sea la última. Son un ayer que vuelve. ¿De qué templo, De qué leve jardín en la montaña, De qué vigilias ante un mar que ignoro, De qué pudor de la melancolía, De qué perdida y rescatada tarde, Llegan a mí, su porvenir remoto? No lo sabré. No importa. En esa música Yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro.
Acabar los poemas de Borges de esta semana con un acercamiento a su mundo japonés, para ello he elegido este poema que en el 2010, dió título al primer disco del argentino Pedro Aznar, que musicalizaba poemas de Jorge Luis Borges, en este caso acompañado por la gran voz de Mercedes Sosa
Acabo con otra versión con Norberto Brognini al piano y la voz de Maximiliano Baños con imágenes claramente japonesas
Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo
Jorge Luis Borges, escribió, al menos dos poemas, con el título "La Luna", el primero en el libro del que hablaba ayer ("El Hacedor") y este quinteto sencillo escrito años después. Este último poema ha sido musicado por el compositor argentino, residente en Nueva York, Julio Santillan, de esta bella manera. en su disco "El Bosque de la Memoria" (cuarto corte), la voz, siempre bella y reconocible es de la colombiana Marta Gómez
Acabo con el otro poema nominado "La Luna" del que os he hablado
Cuenta la historia que en aquel pasado tiempo en que sucedieron tantas cosas reales, imaginarias y dudosas, un hombre concibió el desmesurado
proyecto de cifrar el universo en un libro y con ímpetu infinito erigió el alto y arduo manuscrito y limó y declamó el último verso.
Gracias iba a rendir a la fortuna cuando al alzar los ojos vio un bruñido disco en el aire y comprendió, aturdido, que se había olvidado de la luna.
La historia que he narrado aunque fingida, bien puede figurar el maleficio de cuantos ejercemos el oficio de cambiar en palabras nuestra vida.
Siempre se pierde lo esencial. Es una ley de toda palabra sobre el numen. No la sabrá eludir este resumen de mi largo comercio con la luna.
No sé dónde la vi por vez primera, si en el cielo anterior de la doctrina del griego o en la tarde que declina sobre el patio del pozo y de la higuera.
Según se sabe, esta mudable vida puede, entre tantas cosas, ser muy bella y hubo así alguna tarde en que con ella te miramos, oh luna compartida.
Más que las lunas de las noches puedo recordar las del verso: la hechizada Dragon moon que da horror a la halada y la luna sangrienta de Quevedo.
De otra luna de sangre y de escarlata habló Juan en su libro de feroces prodigios y de júbilos atroces; otras más claras lunas hay de plata.
Pitágoras con sangre (narra una tradición) escribía en un espejo y los hombres leían el reflejo en aquel otro espejo que es la luna.
De hierro hay una selva donde mora el alto lobo cuya extraña suerte es derribar la luna y darle muerte cuando enrojezca el mar la última aurora.
(Esto el Norte profético lo sabe y tan bien que ese día los abiertos mares del mundo infestará la nave que se hace con las uñas de los muertos.)
Cuando, en Ginebra o Zürich, la fortuna quiso que yo también fuera poeta, me impuse. como todos, la secreta obligación de definir la luna.
Con una suerte de estudiosa pena agotaba modestas variaciones, bajo el vivo temor de que Lugones ya hubiera usado el ámbar o la arena,
De lejano marfil, de humo, de fría nieve fueron las lunas que alumbraron versos que ciertamente no lograron el arduo honor de la tipografía.
Pensaba que el poeta es aquel hombre que, como el rojo Adán del Paraíso, impone a cada cosa su preciso y verdadero y no sabido nombre,
Ariosto me enseñó que en la dudosa luna moran los sueños, lo inasible, el tiempo que se pierde, lo posible o lo imposible, que es la misma cosa.
De la Diana triforme Apolodoro me dejo divisar la sombra mágica; Hugo me dio una hoz que era de oro, y un irlandés, su negra luna trágica.
Y, mientras yo sondeaba aquella mina ee las lunas de la mitología, ahí estaba, a la vuelta de la esquina, la luna celestial de cada día
Sé que entre todas las palabras, una hay para recordarla o figurarla. El secreto, a mi ver, está en usarla con humildad. Es la palabra luna.
Ya no me atrevo a macular su pura aparición con una imagen vana; la veo indescifrable y cotidiana y más allá de mi literatura.
Sé que la luna o la palabra luna es una letra que fue creada para la compleja escritura de esa rara cosa que somos, numerosa y una.
Es uno de los símbolos que al hombre da el hado o el azar para que un día de exaltación gloriosa o de agonía pueda escribir su verdadero nombre.
Escribo esto los primeros días del mes tras la llegada de la lluvia, tan deseada, que me ha hecho recordar el poema del mismo nombre de este libro, y que nos dice que "la lluvia siempre cae en el pasado", como ese poema ya habia sido comentado, he vuelto al libro del maestro para elegir este bello poema paradoja, que se grabó en 1967, en Buenos Aires dentro del disco Borges por el mismo reeditado en el 2002
A la primera parte de este poema le puso música Vicente Monera, y afortunadamente aún puede escucharse su bella versión
Al este y al oeste llueve y lloverá una flor y otra flor celeste del jacarandá.
La vieja está en la cueva pero ya saldrá para ver que bonito nieva del jacarandá.
Se ríen las ardillas, ja jara jajá, porque el viento le hace cosquillas al jacarandá.
El cielo en la vereda dibujado está con espuma y papel de seda del jacarandá. El viento como un brujo vino por acá. Con su cola barrió el dibujo del jacarandá.
Si pasa por la escuela, los chicos, quizás, se pondrán una escarapela del jacarandá
Escrita por Maria Elena Walsh y Palito Ortega grabada por Palito Ortega en 1965 y en 1966 por Maria Elena Walsh
Ya que ayer acabé con ella, empiezo también la entrada de hoy con Doña María Elena, que la grabó en su disco "El país de Nomeacuerdo". En Alicanta los jacarandás pueblan la ciudad y es un placer contemplarlos a lo largo del año. Sigo con la versión de Palito Ortega de su disco "Para Pibes"
Ya que es viernes, no me resisto a poner otra versión que seguramente los mas seguidores de redes sociales (instagram) pocran conocer, es la del dúo Radagast y Dread Mario, muy divertidos con cierto aire reggae
Había una vez una vaca En la quebrada de Humahuaca Como era muy vieja, muy vieja Estaba sorda de una oreja Y a pesar de que ya era abuela Un día quiso ir a la escuela Se puso unos zapatos rojos Guantes de tul y un par de anteojos La vio la maestra asustada Y dijo: "estás equivocada" Y la vaca le respondió "¿Por qué no puedo estudiar yo?" La vaca vestida de blanco Se acomodó en el primer banco Los chicos tirábamos tiza Y nos moríamos de risa La gente se fue muy curiosa A ver a la vaca estudiosa La gente llegaba en camiones En bicicletas y en aviones Y como el bochinche aumentaba En la escuela, nadie estudiaba La vaca de pie en un rincón Rumiaba sola la lección Un día toditos los chicos Nos convertimos en borricos Y en ese lugar de Humahuaca La única sabia fue la vaca Y en ese lugar de Humahuaca La única sabia fue la vaca
Ayer oíamos en el primer vídeo, que los poemas de Mirta Aguirre, le recordaban a Gloria Fuertes, pero a mí quizá me recuerden los de ese libro algo más a la argentina María Elena Walsh. Este poema infantil tan cantado en nuestros colegios, es una prueba de ello.
En España en 1974, Rosa León grabó este tema en 1974 en el disco "Cuentopos" (tercer corte de la cara B). Esta es su versión
Como ya va creciendo el mes y con él nuestros recuerdos, os dejo con una versión a ritmo de jazz de este tema, grabada en el 2020 por Elena Roger y Escalandrum, en el disco "Proyecto María Elena Walsh"
Sigo con el libro de poemas de Mirta Aguirre, en este caso cambio de disco, y os traigo la segunda versión de este poema musicada por José María Vitier, y cantada en solitario por Pablo Milanés, en el disco "Canciones Compartidas" del 2001 (tercer corte)